La vida es una amante infiel. Esa a la
que llamas puta, porque justo después de haberte despellejado vivo y
roto en mil pedazos, te das cuenta de que sigue estando jodidamente
atractiva así de despeinada y desaliñada, e inevitablemente, te
mueres por seguir conociéndola.
De hecho, es una infiel hipócrita, que
te pide sin derecho alguno que jamás le pagues con la misma moneda.
Aun así, tan engreida y caprichosa, seguimos perdonándola cada vez
que nos traiciona.
Todos dicen que vale la pena tan
espectacular amante, y es que es esa relación eterna de amor-odio lo
que nos excita tanto.
Quejémonos de que nos quita más de lo
que nos da; aunque, quizás sea eso es lo que tienen los buenos
amantes: pueden ofrecernos ese algo que eclipsa con creces lo que nos
está arrebatando.
Te saca a bailar, pero no con ella,
sino a su son, mientras te pide que te dejes llevar y que por favor
no le pises los pies.
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